Últimamente, hablando con algún compañero de profesión, he oído, y más de una vez: «Qué suerte tienes con tus clientes»…
Y realmente es así.
Son mi principal activo, mi fuerza diaria.
Creen en nuestros servicios, confían en mis decisiones, se apasionan con nuestras propuestas y aplauden con sinceridad los resultados.
El otro día una clienta me sorprendió alabando mi prudencia… ¿Prudente yo? pensé, ¿a que me estoy haciendo mayor?.
Pero no, no es prudencia sino sentido común.
Adaptar los gastos a los recursos, trabajar mucho con poco, ser eficiente, responsable y cauto. Marcar objetivos alcanzables, medir, presentar resultados.
Saber arriesgar al prueba/error, tener siempre un plan B, un procedimiento en gestión de crisis, una respuesta sincera y honesta.
Una excelente calidad en el servicio al cliente solo puede salir del corazón y cuando sientes respeto, lealtad y cariño, la profesionalidad fluye en ambos sentidos y crea la confianza y la fidelidad.
¿Será cuestión de suerte?
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